HACIENDO DE VAQUERA

(o pseudo-vaquera)

Esta mañana Alberto tenía que cambiar unas vacas de prado y me ofrecí voluntaria para ayudarle. Subimos en el Land-Rover hasta el punto de partida. Allí me repite las indicaciones oportunas ─siempre escuetas porque mira mucho por las palabras, pero yo, que soy una chica lista lo pillo al vuelo ─. Me saca las vacas de donde están cercadas, y seguidamente se va a terminar de colocar el pastor eléctrico donde las tenemos que llevar, recordándome antes que él se acercaría a encontrarme unos metros antes de donde tenía que llegar ─más o menos dos kilómetros─. Son sólo cinco vacas, dos terneros y Charlton, el toro. Aparentemente una tarea sencilla: Arrearlas desde Payernu a través del monte, bordear los prados pasando por detrás del invernal de Elías y bajarlas por Bejanu hasta llegar al Teju (estos datos solo para los que lo conocéis, al resto ya se que os va a sonar a chino, pero es importante un google maps zonal).

Únicamente me advierte antes de irse:

 ─la Leti anda a toru. Mira a ver si la tora de caminu,

 ─¡Sí hombre, justo ahora la va a torar!. ─le respondo con aire de suficiencia.

Cojo mochila, palo y chubasquero ─parece que va a llover─ y con Roko al lado, encamino las vacas sin problema, pero no transcurre ni un minuto cuando una de ellas empieza a montar a otra y el toro quiere unirse a la banacal, empieza a perseguirla. Se salen del camino, las vuelvo a traer y al llegar al torno donde las tengo que desviar, Charlton “¡con lo fácil que sería llamarle Bobby!” se pone a montar a la Leti y como la vaca no “espera”, desde que la monta hasta que consigue deshacerse de él,  conlleva un desplazamiento de 20 metros a una velocidad de vértigo ¡por el camino que no tienen que ir!.  Más tarde me entero –lo que no quiere decir que lo entienda─ que una vaca puede andar a toro (estar en celo) pero no esperar, es decir, no estar receptiva aún. ¡Se tiene que poner a fuerza de insistencia!. ¡Que rara es la naturaleza a veces!.

Dejo dos atrás y corro detrás de las que se escapan camino arriba por una pendiente inclinada (excesivamente pindia), pero si yo corro, ellas corren más. Pasan la Fuente los Pastores y yo ya estoy sin resuello (pienso algo que no voy a decir aquí). Intento acarear las que quedan atrás para ver si las otras vuelven, pero como estas tienen las crías adelante, me esquivan sin ninguna dificultad y se unen al grupo. Paro y tomo aire “mi corazón revolotea como un pájaro enjaulado, para o morirás en un camino”. Ya alcanzan el sestil de Pandechunu, retomo la marcha tras ellas y no sé por qué motivo (les ha dado otra ventolera), se tuercen ellas solas hacia el chozu. “¡ya está, ahora las ladeo por arriba y las reconduzco al camino!”, pero ¡que vá! Roko que ha decidido intervenir otra vez, empieza a ladrarlas y las vacas salen en estampida alisnando vaguada abajo. En menos de un minuto descienden 300 metros “¡para que hablas de números si calculas fatal!” y vuelven al punto de partida a pacer tranquilamente.

Reinicio recorrido, esta vez un poco más avispada poniendo toda la atención antes de llegar al torno de la encrucijada. La Leti sigue montando a la otra (no sé como se llama) y revolucionando al resto “¡como puede ser tan puta una vaca con nombre de reina!”. El toro vuelve a la acción. Ya estoy muy enfadada, las grito, insulto… y en una de esas,  BobbyBig me mira desafiante “bueno, o simplemente me mira” y por unos segundos entro en pánico, sólo veo unos cuernos retráctiles como el miembro toril, pero reacciono y me digo, ¡este a mi no me amedrenta!, le doy unos palos y corro a esconderme detrás de unas escobas, por si acaso. ¡Qué decisión más inteligente!, otra vez salen disparadas camino abajo como si les hubiese picado la mosca. “¿Como una mole de carne con patas que pesa cerca de mil kilos puede desplazarse a esa velocidad?». Ya están otra vez en la casilla de salida.

Desando el camino completamente desmoralizada. Tengo una llamada perdida de Berto (no se ve por la niebla pero escuchará los cencerros y deducirá que tengo dificultades), le llamo pero no hay cobertura. Bajo convencida de que a la tercera va la vencida. Si no consigo pasarlas el torno me voy para casa (o a coger rebozuelos) y que les den.

Vuelta para arriba. Misma faena. En un momento dado se activa la música del móvil, una pieza de Paganini que desintencionadamente sale por defecto “¡a ver si es verdad que la música amansa a las fieras!”, en el silencio que envuelve la espesura de la niebla parece que reaccionan a la misma o, por un momento ilusorio, eso me creo yo.

Oigo vocear a Berto a lo lejos pero ni le contesto, ¡de qué me sirve!. Consigo enveredarlas por el sendero del torno que se adentra en el bosque “¡Ahora será más fácil!” y a los pocos metros escucho la voz del todopoderoso que ha venido en mi ayuda. Las conducimos sin ningún problema, como si fueran corderos a punto de ser degollados. Tengo la sensación de que me han tomado el pelo. “Abrevia Tina, ¿quién se va a leer este tocho pastoril?”.

Durante un buen rato todo va bien pero vuelven a hacernos rabias (casi que me alegro porque la sensación de inutilidad se hace colectiva). Los amantes escapan prados arriba a su bola, las otras se desbandan para el lado contrario, una de ellas se traba con la cuerda del pastor y la arrastra varios metros enredándola entre brezos y escobas, casi le engancha una pierna a Berto “Dios no lo quiso porque se la hubiera amputado”. Está jarreando, camino entre “llamizales” y ya me da igual sortear las pozas porque llevo caladas hasta las bragas.

Cuando llego a casa estoy fatigada, destemplada, muerta de hambre y chorreando agua. Tengo unas ganas tremendas de llorar, pero no lloro.

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