Con este anuncio se presenta mi madre a desayunar esta mañana. Cuando de su boca sale algo que empieza por “hay que” nos empezamos a mirar todos porque esto encierra múltiples significados, que no por consabidos, dejan de producir un ligero estremecimiento.

“Tiene que ser hoy, ahora, ¡ya!. Otro significado: Ya sabéis como va esto. Yo le mato, vosotras hacéis el resto”.
_ Ana, ¿vas tú?. (entre súplica y hecho).
_ ¡Pues no!. _Tú siempre te escaqueas.
_ La última vez, la oveja del lobo, ayudé yo a tío Elías a matarla.
_ ¡Ya! ¿y cuánto hace de eso?. _Además fue porque estabas sola.
_ ¡Mira!, hacemos una cosa. Una le pesca, le ata y ayuda a mamá y la otra le pela.
_ Vale, me pido cogerle. (Pensando solo en la parte de -le pesco y le ato-).
Sin demorar más, me armo de decisión y salgo en busca del gallo.
_ Mamá, ¿cual es?, ¿el blancu?
_ ¡Nooo mujer, el otru, el pintu, el que es pedrés!
Busco por los alrededores de casa y no tardo en ver que está en la tierra de abajo con todo su séquito gallináceo.
_ Pipi, pipí. Píííípi.
Les acarreo hacia la cuadra chica. Allí, encerrado me va a resultar más fácil cogerle. Llevo puestos unos guantes. Toda precaución es poca. Cierro la puerta y comienza el baile. Es una algarabía de gallinas, plumas y cacareos.
Ahora palante, ahora patrás. Le voy reduciendo. Cojo un gabán viejo para darle caza. Por momentos veo un Eduardo Manostijeras en versión Freddy Gruber. Es todo pico y uñas afiladas.
Algunas gallinas revolotean ¡qué cosas! Y se empiezan a escapar por el cuarterón de la puerta que dejé abierto. ¡Pero que tonta!. No. Es el subconsciente. No. El consciente. El gallo se arremolina debajo del carretillu. ¡Ahora!. ¡Que va!. Vuelve a salir disparado. ¡Otra intentona!, ¡pero que torpe!. Ya está poseído, pero yo persisto en mi intento. De repente ¡oh! se escapa, también por el cuarterón. Quedo sola dentro.
Salgo corriendo persiguiéndole con desgana y se mete en la cuadra del toro. Le sigo, pero se sube al cumbrial (la viga más alta de todo el pajar) y se queda allí agazapado en un hueco.
¡Vaya putada!. No puedo alcanzarle.
Voy a casa contarles el desenlace. Me encuentro de camino a Alberto. Le cuento a ver qué si ofrece ayuda.
_ ¡Sí queréis, yo le pego un tiro!
_ ¡Arggg!. ¡Siempre tan resuelto!. ¡Como si encima tuviera buena puntería!
¡Bueno, siempre queda la opción de que a mi madre se le olvide que hay que matar el gallo para nochebuena!.