LA CENA. Cuento de Navidad

Os presento a mi familia. Mi madre, Rosa. Mi hermana mayor, Camelia; al lado su marido Eléboro y sus dos hijos, Lobelia y Adonis. La siguiente hermana, Flor, está divorciada y viene con su hija Campanilla y el novio de ésta, Antojil. Mis hermanos del medio, Caléndula y Celedonio, ambos solteros y por último, la benjamina, mi hermana Violeta con su pareja Eneldo. Yo soy Hortensia.

Nos hemos juntado para celebrar la Nochevieja.

—¿Podemos ir sentándonos? ─apremia Violeta─. Siempre es igual, no hay forma de empezar.

—Flor, ¿quieres venir ya?. Luego seguimos.

—¡Ya estoy aquí!, ¡venga, mamá, bendice la mesa!, ─dice Flor.

Mi madre inicia la bendición y todos callan: “En el nombre del padre, del hijo, del espíritu santo, bendice señor…

—Todos los años lo mismo, ─refunfuña Eneldo.

—¡Pues tú no reces, pero cállate! ─murmura Violeta dándole un hojazo por debajo la mesa.

—Por nuestras obligaciones difuntas ─continúa Rosa con semblante mustio─, en especial por vuestro padre y Hortensia…

—A ver mamá, ─interrumpe Caléndula─. ¡Cómo tengo que meteros en la cabeza que Hortensia no está muerta!. ¡Sólo está seca!. ¡Os empeñáis en etiquetar todo!. Tenéis un concepto de la Vida muy simplificado. El estado de Hortensia no es la muerte, es una prolongación de su ser.

—¿Tienes que dar siempre tu punto de vista en todo?. ─replica Celedonio─. Sigue, mamá.

Rosa aún reza dos padrenuestros y avemarías con su gloria antes de terminar y dar por iniciada la cena.

—¡Hagamos un brindis!. ─propone Campanilla─. Qué cada uno diga cuál es su deseo para el nuevo año. Tú primero, abuela.

—Que el año que viene volvamos a estar todos juntos y con salud.

—Muy bien mamá ─dice Violeta─. Sigue tú, Camelia, que para eso eres la mayor.

—Porque nuestra familia siga creciendo en armonía. Ahora Flor, pero antes quítate ese pétalo de la cara que te veamos bien.

—No, primero Eléboro, ─ataja Caléndula.

—Bueno, pues yo brindo por lo nuestro, lo de aquí; que dejen de llegar especies invasoras y que acabemos con las que hay. ¡Cada vez ganan más terreno!.

—Ahora sí, Flor.

—Yo quiero que sigamos cuidándonos unos a otros como una familia ejemplar y seamos un jardín único.

—Pues yo pido ─alza la voz Caléndula─ que acaben con los pesticidas, reduzcamos de nuestra dieta los minerales tóxicos y tengamos una mejor calidad de vida.

—Sorpréndemos tío, ─dice Lobelia sonriente.

—Yo quiero bien poco; que nos dejen nacer, vivir y reproducirnos dónde y cómo queramos ¡Qué dejen de tocarnos los estambres con normativas y restricciones!. Pretenden convertirnos en una reserva para el disfrute de los civitas y que crezcamos entre asfalto en lugar de estiércol!. ─exclama Celedonio enderezando el tallo.

—Mi brindis va por toda la floralidad ─se suma Violeta─, y nuestra valiosa aportación al cosmos: belleza, esencias, oxigeno, equilibrio, alimento, medicinas… ¿imagináis un mundo sin nosotros?.

—¿Eneldo?.

—Brindo por las consideradas malas hierbas, por una naturaleza libre y salvaje. Ahora bien, que regulen los movimientos migratorios, no soporto la idea de una flora globalizada ─concluye con su vehemencia habitual.

—Veamos, ¿cuáles son los deseos de nuestras jóvenes promesas? ─les mira Camelia entusiasmada─. Tu turno, sobrina.

—A mí me gustaría que se acabasen las sequías, inundaciones, desordenes climáticos…, que la primavera siga siendo primavera y el verano, verano. También que no haya deforestaciones y desastres naturales y hambre y sufrimiento…

—Bueno, bueno Campanilla, ─le interrumpe Celedonio─, ¿cuántas veces tengo que decirte que no veas tanta telenovela?.

—Hazle caso, Campanilla, ─le dice Antojil al oído─, para una vez que no son tus tías las que opinan.

—¡Estrénate Antojil!, ─le invita Eneldo.

—Yo brindo por un futuro donde no seamos decoración en un salón, nos conviertan en fragancias y esencias y sobre todo, que no nos coman. ¿No fuimos los primeros?. Pues que humanos y animales se hagan carnívoros y por mí, ¡que se coman entre ellos!. ¡Estoy hasta el cigoto de tanto supremacista!.

Lobelia ─con voz dulce y tímida─ levanta la copa.

—Yo quiero brindar por la diversidad y el respeto a la diferencia. Como me enseñó tía Hortensia, la diferencia nos hace únicos y esa unicidad tiene que servir para sumar y enriquecer al conjunto. Podemos ser más, pero no por ello mejores. El universo no nos pertenece; el universo es de todos y tenemos que convivir con todas las especies que lo habitamos: hombres, animales y plantas.

—¡Bravo Lobelia!, ─exclama Caléndula ─, ya sólo nos queda Adonis.

—Jobar, yo es que no sé… ya lo habéis dicho todo, ─dice bajando la corola hacia la mesa.

Finalizado el brindis y los deseos para Año Nuevo, chocan las copas dando inicio al festín. La atmósfera ordenada que se respiraba hasta ahora da paso a una algarabía de voces y movimientos. En un santiamén la mesa se llena de nutrientes dispuestos a ser absorbidos.

—Pásame un poco de Potasio.

—¿Qué prefieres CO2 o H2O?. ¡No, tú toma solo O2!.

—¡Eléboro, no tomes tanto magnesio que se te va a poner la savia por las nubes!.

—Tío, aparta esa lombriz que se está zampando todo el níquel.

—¡Eres un capullo!. ¡Me has manchado el vestido de clorofila!

—¡Pues tú, contrólate que te van a salir espinas!.

—¡Lobelia, deja de mirar tanto la luna o no crecerás más!

—¿Oye, tú no estás enseñando mucho los pistilos?.

—Adonis, no bebas tanto de eso que tiene mucho sodio.

—¡Cuidado los hidropónicos!. No estáis acostumbrados a estos manjares.

                                         ***

Una gran hortensia seca y plateada, a modo de adorno navideño, ocupa el centro de la mesa como si fuera una diosa sobre un lecho de hojas diseminadas a su alrededor.

Los miembros de la familia van ocupando los asientos. Se respira un ambiente introspectivo que dura solo lo que mi madre tarda en bendecir la cena.

El primero en romper el silencio es mi cuñado Eliodoro que, ante la carcajada unánime, apostilla:

“Bah!, ¡Bah!, en esta casa siempre se comió mucho verde pero… ¡una ensalada de flores!, ¿cuándo se vio algo parecido?. ¡Anda, dónde esté un buen chuletón!”.

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