Dicen que los dueños terminamos por parecernos a nuestros animales (¿o es al revés?). Si esto es cierto, por extensión, los que tenemos varios y de distintas especies tendremos más posibilidades de volvernos excéntricos, como esas formaciones curiosas que cuelgan en la cueva de El Soplao.
Me había planteado darles la voz a ellos pero, además de que hubiera sido demasiado surrealista, creo que ya tienen suficiente protagonismo en nuestras vidas como para encima ponerlos de sujeto. Ahora que lo tengo claro, iré diseccionando a cada uno de nosotros en su relación con los mismos.
Tenemos en primer lugar a Alberto, que por su condición de ganadero es el que más abarca. Alberto es Berto y sus vacas. Tiene mundos paralelos pero el epicentro son sus lolitas. Ahora que tenemos la Posada cerrada y le ayudamos más, es un no parar: Hoy ya barro yo las moñigas; vamos a sacar a la Leti y a Trump a la era, que anda a toru; Tula igual pare esta noche, si eso ya te llamo para que te levantes; vamos a cambiar de prau estas vacas y de paso incorporamos las que están en el otro y a su vez dejamos las dos que están para parir y …; mirad con los prismáticos de vez en cuando a ver si Jaque monta a la Lucera que parece que anda a toru… sí, aquella marrón que está por debajo de la negra, delante del toro y es más roja que las otras; vamos a soltar los jatos al corral, tú ponte para que no se vayan para la carretera, tú para el camino de la Losa, tú, mamá, aqueda en ese portillo…; Ana, ven a ayudarme a ponerle una inyección a la jata; mamá pon a hervir unos cardos de arzolla; al mediodía echáis a mamar al jatín que nació ayer, primero a… En fin, imaginad la parte central de El jardín de las Delicias de El Bosco y sustituís todos los animales por vacas. Esa podría ser la imagen.
Por otro lado, está la ocupación de territorio y aunque hay líneas rojas como el entorno de La Posada, de tanto en tanto se las salta y ves cosas que tu subconsciente transforma de inmediato en la imagen de una vaca: un pastor eléctrico en medio del porche, un montón de pacas en el parking de atrás, un caldero de camperina olvidado en las escaleras, un reguero de paja seca que atraviesa el jardín, una boñiga fresca al lado de un macizo de plantas, los brotes de un rosal despuntados… Tiene tan interiorizado el bienestar animal que si le dejáramos, estaría encantado de meter un par de vacas recién paridas con sus crías en el jardín. No sería la primera vez que tenemos que poner un pastor eléctrico a las hortensias.
Después están esas bolas negras enormes que parecen un capullo pútrido que cuando le raja desprende un olor de tal agresión olfativa que debería estar tipificado en el código penal. Y ya el súmmum es cuando me voy de viaje y preparo primorosamente la maleta con toda esa ropa reservada para cuando salgo del pueblo. Una vez en destino, la abro y mientras husmeo el olor a vaca y reprimo las ganas de llorar, exclamo para mis adentros “¡Joder, sí las dejé a más de 5.000 kms. de aquí!”
Odia a las gallinas; es un odio visceral. El gallinero estuvo toda la vida en la cuadra conviviendo con las vacas hasta que las expropió. A veces mata alguna accidentalmente con el tractor u otros vehículos agrarios. Ha cercado tan a conciencia los prados de al lado de casa que no es para que no se salgan las vacas, no; es ¡para que no entren las gallinas!. Otro dato sospechoso es que cuando cenamos huevos, mi madre insiste para que le ponga dos, pero él siempre toma solo uno.
A continuación, en grado ascendente tenemos a mi madre, que básicamente diferencia el mundo animal entre los que producen y los que no producen. En el primer grupo están las vacas, por supuesto, y porque además son una prolongación de su hijo y lo que ella ha vivido desde siempre. Le siguen las gallinas: ponen huevos, tienen pollitos y alguna va a la cazuela. Eso significa que las gallinas tienen una especie de salvoconducto que les permite campar a sus anchas. Le parece genial que entren al jardín, que escarben y lo cagen todo porque con las plantas ornamentales le pasa lo mismo “¡para qué quieres tantas flores!, ¿tanto te dan?”. Claro, otro cantar es cuando entran al huerto, eso ya no le parece tan bien. Hay veces que hace cosas muy raras con ellas y aplica criterios ancestrales. Por ejemplo, se pone una gallina llueca (clueca) y si considera que no es el momento adecuado la castiga poniéndola debajo de una terrera (cesta opaca) hasta que se le pase la calentura. Esto puede durar 3 ó 4 días. Mira que la amenazamos con los animalistas pero le da igual. Es de esos misterios, que aunque le preguntes mil veces, no consigues sacar nada en claro.
En el segundo grupo el más representativo es Telmo, hasta el punto de que nunca se refiere a él por su nombre, ni si quiera por su condición de ganso. Es simplemente “el pavu”. Luego se sorprende cuando Telmo se va con Marcelina de paseo y no con ella. Cuando hay gansas, solo las quiere cuando ponen huevos; tres meses al año y encima ¡cómo los gansos no los podemos comer!.
Le gustan también loa gatos pero sólo en forma numérica: uno o dos a lo sumo, para cazar ratones y también, a veces, para acunarle en su regazo al par de la lumbre. A Roko, nuestro perro, yo se que también le quiere, pero últimamente está algo recelosa con él; cree que está dejándose en su cometido que es ayudar a Berto con las vacas. También porque le dejamos entrar en casa. ¿Cómo no abrirle la puerta de la cocina ─la de la calle la abre solo─ cuando gime en la oscuridad y rasca con sus pezuñitas para que le abramos?. Lo curioso es que cuando levanto la mesa después de cenar, justo debajo de ella siempre hay restos de comida ¡incluso lechuga!. Y ya lo que la mosquea muchísimo es cuando le dejo dormir en el rellano de la escalera sobre un par de sacos de lana que ella custodia como una reliquia por si algún día hay que volver a hacer colchones. En el fondo creo que está un poco celosa por cómo reacciona cuando le digo: ¡Ay, mamá!. ¿No ves que ya es muy viejito?.
En lo único que estoy de acuerdo con ella y que me sorprende porque siente debilidad maternal por todo lo masculino, es que piensa que Berto tiene excesivos toros. ¡Si toda la vida se bastaron con uno para todas!.
En resumen: Tengo claro a cuales empujaría a subir al Arca de Noé.
Ana, la benjamina de la casa, merecería un capítulo para ella sola. Ya desde pequeña era la que más arrimaba a la cuadra y hace buen tándem con Berto. Siempre recurre primero a ella en esos menesteres. Lo mejor (o peor) es cuando cada equis tiempo y siempre mientras comemos, necesita hacer un repaso de la situación. Se interesa por el árbol genealógico de una determinada vaca, nomenclaturas, verifica cual es cual, las siguientes que van a parir… un sinfín de curiosidades que lo que empieza siendo una conversación con Berto (los demás somos oyentes), termina como un monólogo interminable porque éste se limita a contestar con monosílabos, nombres y alguna frase corta a modo de conclusión.
En los últimos años es ella la que se hace cargo de las gallinas. Cuando Berto las expulsó, habilitó un espacio para ellas en el cortijo de los chones que va cambiando cada cierto tiempo. Cada vez que entro, es una especie de Ikea gallinil, donde los módulos y las composiciones nunca son iguales. A veces, cuando no sabemos dónde está, nos decimos, ¡mira en el cortiju los chones!. Ahora mismo tiene tres gallinas incubando y es un galimatías porque cambia de huevos, de pollos, trae un trajín con ellas que me pierdo. Anda todo el día a la gresca con mi madre porque no se ponen de acuerdo en la forma de proceder. El último experimento es que ha introducido una raza nueva y feísima. Mi curiosidad paralela me indica que son araucanos. ¡un gallo sin cola!, ¡gallinas que ponen huevos azules!. Yo no los como porque pienso que me estoy dilapidando un nonato de mirlo!.
Otra de sus parcelas es el mundo gatos ─a los que adora─ tampoco exenta de controversias. Sucede que cuando las gatas se preñan ya empieza a investigar sobre posibles lugares de acogida ─¡cómo si supiera cuantos van a parir!─. Y si se tratara sólo de cálculos mentales, pero es que te va contando todo el proceso y llega un momento que es como si te estuviera contando el cuento de la buena pipa. Alberto se pone de los nervios porque (nuestra tendencia innata es a ver lo de los otros) dice que lo tiene todo invadido con chacharros para comida de los gatos. Otro momento del año conflictivo es cuando esto se va pareciendo a Gatolandia. Y es porque ─ella no lo sabe─ lleva hasta el límite la procrastinación en dar los gatines en adopción.
También tenemos a Luisina, que quizá, al no vivir aquí todo el tiempo me cuesta más encuadrarla, pero también tengo para ella. Lui, me doy cuenta que con los que más afinidad tiene es con los singles: Laro, Roko, Telmo… Este último cuando no tiene pareja porque si hay alguna gansa de por medio, digamos que la relación se vuelve algo más arisca. También tiene debilidad por los chones. A ver, como os explico: tradicionalmente los cerdos serían el último eslabón en la cadena de afectos. Compramos dos a final del verano y durante cuatro meses, básicamente les damos mucha comida para que engorden y en Navidad hacerlos carne. Las últimas eras dos hembras y también tenían nombre, solo que no puedo hacerlos públicos para no herir susceptibilidades ─coincidían con los diminutivos de dos políticas─. No es un animal que se preste mucho a las ternezas, pero con Lui, sí. A veces les saca de paseo y les deja que se embadurnen entre boñigas y agua. Lo más significativo, es que unos días antes de matarlos le empieza a dar la chapa a Berto sobre la forma de sacrificarlos para que no sufran y que además no tenga consecuencias en la calidad de la carne y entonces, Berto la mira atónito: ¡cómo si matar un chon ahora fuera un ritual zen!.
Recuerdo que hace algunos veranos tuvimos unos huéspedes de Nueva York. Habían reservado cuatro noches y finalmente se quedaron quince (fue nuestro record de cenas vegetarianas sin repetir un solo plato). Ella, como buena manhattonina, era muy extravagante; podría haber formado parte de cualquier reparto en las películas de Woody Allen, pero me quedo con el de Angélica Huston en Delitos y Faltas. Se levantaban muy temprano para ir al monte y ella siempre llevaba la cabeza cubierta con una pamela gigante como si fuera un paraguas incrustado, Durante la mañana no le veíamos el rostro. Era artista y cuando entré en su web, recuerdo una especie de esculturas espantosas y en cada foto una cantidad desorbitante expresada en miles de dólares. Durante su estancia coincidió unos días con Luisina y se iban juntas a pasear los chones. Cuando Luisina se volvió a Santander, pretendía que siguiera yendo yo con ella. Le dije que ni de coña, que yo no paseaba chones, que ya sabía dónde estaban y cómo hacerlo pero advirtiéndola antes que cuidado con mi madre por si entre medias surgía algún percance.
Y por ultimo estoy yo, Tina. A mi los animales me gustan. Tenía ciertos problemas con las arañas pero después de una terapia de superación ya puedo mirarlas y creo, que hasta podría llegar a matarlas. La cuestión es que es un tipo de amor selectivo, egoísta; quiero más a los que son más míos o considero más míos. Os explico: Roko es el perro de casa, de todos; más de Berto pero pasa mucho tiempo conmigo. A veces le pongo a prueba, cuando vamos los tres por ahí arriba, en un determinado punto Berto y yo nos separamos. ¿Con quién se va Roko?. Conmigo.
En invierno, cuando las vacas están en la cuadra, muchas veces entro a hurtadillas, cojo la rasqueta y se la paso a Nubia (mi vaca) ceremoniosamente durante diez minutos, hasta que brilla y se vuelve mansa como una corderina. A veces, si las otras me imploran mucho, les doy una pasadita o las divido en grupos de 3 ó 4 y alterno cada varios días el rascado. De tanto en tanto Berto me recuerda (como recriminándomelo) que la Nubia es muy villana y muy puta y entonces, yo le replico que lo que es, es muy lista. La más lista.
Ahora bien, yo soy la animista de la familia y lo mío es el reino vegetal. Entre otras razones, porque los animales ya tienen (aunque nunca sean suficientes) más defensores. Las plantas son tan agradecidas: no se quejan ni son ruidosas ni se prestan a la cháchara, son bellas, olorosas, tienen tantas características positivas que dada mi índole, agradezco infinitamente. También, aunque no soy especialmente escrupulosa, me marcó mucho esta cita tan sobrecogedora de Lotario de Conti que leí hace años: “Cuán fútil eres, oh ser humano (y animal). Cuan repugnante resulta tu cuerpo. Mira las plantas y los árboles: producen flores, hojas, frutos, pero tú, ¡pobre de tí! Sólo produces piojos, parásitos, gusanos. Aquellos segregan aceite, bálsamos, vino, esencias; tú segregas excrementos, sudor, vómitos, orines. Aquellos exhalan agradables aromas, tú exhalas pestilencia”.
A veces surgen problemas herbívoro-plantas. Si es algo puntual, lo supero. Pero como se repita, ¡ay como se repita!. ¿No me habéis oído contar que en esta casa una vez hubo ovejas?. Ya no. Pobrecitas.