Hace un día fantástico. Sol y viento sur. Aunque esto puede cambiar en cualquier momento. Hace unos días estaba igual y por la tarde nevó.
Normalmente desayuno sólo un café con leche y una tostada con manteca y miel de casa (ahora que lo hay), pero hoy me echo un huevu con chulas. Tengo mucha faena por delante.
Suelto las gallinas y las echo de almorzar. También a los gatos. Contesto algunos emails en la Posada y me voy al huertu.
Me llevo la trenca y el caco. Tovía es algo luego pero quiero sembrar unas habas y esas son tempranas. Me pongo a cavar en el cachu que hay debajo la linte; está encogolmau de pablina y orejones. Cavo una tongaína y lo dejo pa que ensareé porque la tierra está muy ajetoná. Me vuelvo pa casa.
Ayer saqué un pocu de masa congelá que me dio Mari la última vez que amasó. Quiero hacer una torta de coscorones. Mi madre me sugiere que lo prepare encima de la trébede porque sube mejor, le digo que prefiero en La Posada que allí está el hornu (más que ná porque me va a estar dando la turra tou el ratu).
—¡Ay, eso es hurmientu! ─me dice cuando lo ve.
—No, eso es nantadura ─le replico.
—No, te digo que eso es hurmientu ─ porfía.
—Qué no mamá, que es nantadura, que ná más lo trajo Mari lo congelé.
—Buenu, buenu, lo que tu digas. Pero antes turra un pocu los coscorones pa que ablanden.
—No, cuando lo agüelle y lo meta al horno ya calentarán. Acuérdate que la última vez se quemaron.
—Ba, bae, lo que tú quieras ¡vaya necia que eres!, pero échale azúcar a mansalva que la otra (suele ser tarea de Ana) siempre lo deja sosu, y unta bien la bandeja con la grasa que tenéis allí pa los frisuelos y…
Me lo llevo e intento hacerlo to lo bien que puedo. No voy a detallar el trajín pero lo amasé, calenté horno, lo metí, lo baje, lo subí, lo apagué, lo saque, lo metí, lo volví a encender… Un fiasco.
Vuelvo a casa con la bandeja tapá con una rodea y se la destapo a mi madre como si fuera una ofrenda. Empieza la retajila:
—¡La manta que te sudó!, pero que engrudu traes. Si lo alampaste de tó. Eso es porque caldeaste muchu el hornu. No vale ni pa lavaza pa los chones.
—Si es que no atendéis a ná. Creéis que lo sabéis tó y no sabeis ná. Mira que te dije, pero saliste de aqui escopitá como una centella. ¡Si es que sois mas morras que morras…!.
—¡Ay que amolarse contigo!, vaya casta que tienes, soberbia, que eres una soberbia (1)
Dadas las circunstancia, la dejo despotricar y callo como una soleta.
Comemos una chanfaina muy rica que preparó ella porque tenía antoju y después unos chumarros. Estoy rejastiá de tanto comer. Friego la basa en un santiamén porque vamos a hacer una llamada al grupo de “hermanitas y sobris”. Mi madre es la primera vez que asiste a algo pareciu.
—¡¡Jesús maría, qué cosas!!. ¡Aaaay pero no está Rocio! (su nieta) ─es por la que más preocupada está porque trabaja en la planta de un hospital con pacientes de coronavirus─. ¿Qué tal, qué tal hijas? ─dice emocionada. ¡Ay, si está Laura (su otra nieta) también!. ¡Qué guapa está Luisina!.
Entre Ana y yo podemos conectarnos todas y vernos enfrentando los móviles. Berto obviamente pasa de estas simplás. Colgamos al ratu, porque es un jaleo y mi madre se aturulla.
Me voy a echar una consoñaína porque después iré a ver a mis tíos (los 90-80-90).
De camino a Dobres voy pensando (no tengo claro) si me saltaré alguna norma. Guardaré el metro de distancia y ni besos ni gaitas. Además me aflora la creencia de que si toca morir, muramos, pero mejor acompañados que en soledad. “¡Ehyy, que nadie se ponga cilliscas, quietos tós en la jusca!”.
Primero voy donde mi tía Vangelina. Está haciendo puntu al par de la lumbre mientras ve la novela. Me dice riéndose a lo zorru que no tiene ná de miedu al coronabichu ese. Que teniendo el arcón llenu, hambre no vamos a pasar. También, que ya tiene la cena pa Ico y pa ella entainá y que con la leche que le dimos va a hacer unos hormigos. Cuando me voy sale conmigo a buscar unos serojos y un traveseru pa atizar por la mañana. Ramos y palos no le hacen falta porque tiene un coloñu de ellos bajo el bancu.
Después me acerco a casa mis otros tíos. También están sentaos en el escañu viendo una novela. Tuta me ofrece un pocu de pobre que había hechu por la mañana en la cocina económica porque “el jefe” (Elías) últimamente tiene muchu sinciu de dulce. Me guiña un oju y me dice al escuchiritu: “¡ya sabes, teclas, está algo contigiosu!”. Le digo que lo que me apetece es agua y lo trae en un tanque de la hornera. Viene a empontigarme hasta la Cuvillina por si me sale la rapaposa. En realidad, lo que quiere es esparcise un pocu.
Na más llegar a casa ─Berto que lleva toda la tarde pendiente de una vaca que se va a poner de partu porque tiene las cuerdas bajas─ nos llama por teléfono pa que bajemos porque ya está de partu. Dice que le metió mano y viene bien (no de culu) y es chicu, pero la Paloma no dilata. Me indica que llame a Pedro y bajemos con el landrover. El prau donde se encuentran está un kilometro más abajo.
Vamos algo esplitás a ponernos algo encima. Mientras nos vestimos, empieza mi madre con la turra de siempre:
─¡Arrebujaos bien que mira que lleva toa la tarde torberiando!. ¡Si es que andáis medio coritas!, ¡tú atácate ─dirigiéndose a mí─, te falta pocu pa enseñar el gin!.
─¡Ay mamá deja de rutar y de darnos la tabarra!, ¡Cómo si fueramos unas jodres!. ¡Ya somos grandes! ─contesto yo como una sópita.
Me pongo un buzu de Berto y como no encuentro las botas me calzo unas corizas que me quedan grandes. Ana coge la frontal y se pone una levita de andar por la cuadra. Parecemos unas galochas.
Mi madre, mientras acalda un pocu la lumbre y barre la cerná que hay en el llar, sigue rezándonos el rosariu.
─ ¡Tené cuidau que esa vaca es algo cismosa, no sea que os de un emburriatu y os manquéis!. ¡No seáis cazoritas, hacé lo que os manden!.
Llueve tantu y el caminu está tan mojau y pindiu que tenemos miedu de que el coche alisne porque además hay muchu desventiu. Pero llegamos sin problema.
El prau donde están las vacas parece un llamizu, piso con cuidau pa no enchorcarme. Laro na más nos ve, empieza a roznar y se acerca pa que le atusemos. Le encanta esbroncarse cuando nos ve, pero con lo embarrancau que esta tó ni se le ocurre.
Berto está trancau con la novilla en la tejabana donde guarda toa la jatera. La tiene prendía por los cuernos a las comederas con un cachu de treza. Anda jorugando p’atarle las cuerdas a las patas del jatu. Sin querer le rompe un machín. La vaca puja pero efectivamente la nación tiene un joracu muy chicu.
Berto nos va dando indicaciones de lo que tenemos que hacer. Pedro ─que es algo camentau─, en estos casos de enjundia, se pone tou jaque y se vuelve un echau p’alante. Sabe bien de estos percales.
Le ponen el aparatu pa ayudala a parir. Berto tira de la nación, Pedro se hace cargu de la palanca y Ana y yo de sujetar la tranca larga .
—¡Venga, con muchu cuidau!, ¡tirá p’acá, ahora p’allá!. ¡Volvé, volvé!.
—Oye ¿puedes ser más precisu?. Dinos pa Dobres o pa Cucayo ─dice Ana resabiá.
—¡No mueve eh!. ¡Venga, otra vez!. ¡Tos a una!. Despaciu, pal portillu, ahora pa la paré. ¡Pedro, tú cobra!.
Así varias veces.
—¡Ahora movió algo! ─dice Pedro tou alborozau. ¿No oíste un trisquiu?.
El momentu más delicau es cuando ya sale la cabeza porque una vez fuera esta, es fundamental que no se quede trabau por las caderas porque en dos minutos se ahoga.
Ni respiramos. Estamos tos concentraos en sacar al jatu vivu.
¡Lo conseguimos!. Es una jatina muy ruin y las está pasando canutas. Le echamos un chorru de agua en cada oreja pa que espabile. Pedro le saca la broza de la boca y la abrimos en cruz pa que respire mejor. Pega un berriatu preocupante pero sabemos que ya no se muere. Mientras, la vaca con tantu empurriatu se ha quedau toa esburciá.
Ahora es importante que la vaca zape bien a la jatina pa estimulala. Berto se la pone cerca de la cabeza y le echa sal por tou el cuerpu pero no hay tú tía. Cuando las otras vacas que están fuera, ven o huelen la sal, se ponen tirrias como si les fuera a dar la salangüana.
Pedro abre una alpaca de paja pa mullilas y que madre e hija estén secas. Lo espebija bien por tou el suelu. Ana le pregunta a Berto donde está el chujarru pa barrer la entrada de la tená. Berto le dice que lo deje que no tiene sentiu, pero es muy tocha y cuando coge algo a tarea no desamece. Yo les aviento un morrillu a los perros. No paran de golifar alrededor y la vaca se está poniendo empecatá. Le debí dar a Roko porque se pone a chajullar.
La vaca está escuajeringá y sangra muchu. Berto le da unos esmingones pa que se levante; es mejor que esté de pie. Además tienen miedu de que eche la madre. Al pocu ratu echa las limpias bien. Estos animales tienen una capacidad de recuperación asombrosa. Ya no tiene peligru.
Berto bajará luego pa echarla de mamar. Ahora nos subimos a cenar las patatas cocías que tenía mi madre haciéndose en un pucheru al par de la lumbre.
(1) En realidad no se enfadó tanto, pero tengo grabado que, a continuación de esas frases, siempre venia un rapapolvo de los memorables.